
Las Diez Palabras de Dios Cómo Judíos, Católicos y Ortodoxos Numeran Diferente el Decálogo
Desde los días en que Moisés descendió del Monte Sinaí con las tablas de la Ley, los Diez Mandamientos (Decálogo, del griego deka logoi, “diez palabras”) han sido el fundamento moral más influyente de la civilización occidental.
Sin embargo, existe una curiosidad que pocos creyentes conocen: no todas las tradiciones religiosas los numeran igual.
Judíos, católicos, ortodoxos y protestantes coinciden en que hay “diez mandamientos”, pero difieren en cómo se agrupan los diecisiete versículos del Éxodo 20 y Deuteronomio 5. Estas diferencias de numeración, aunque pequeñas en apariencia, reflejan distintos enfoques teológicos, históricos y espirituales sobre la relación entre Dios, el ser humano y la ley divina.
El Decálogo: “Diez Palabras”, no diez frases
Antes de hablar de numeraciones, es importante recordar que la Biblia nunca menciona explícitamente la lista como “mandamientos”.
El texto hebreo los llama “aseret hadevarim”, es decir, las diez palabras o declaraciones divinas.
Esto significa que el Decálogo no es simplemente un código de prohibiciones, sino una alianza de amor y fidelidad entre Dios y Su pueblo. Cada “palabra” representa un principio que abarca dimensiones espirituales, éticas y sociales.
Por eso, tanto judíos como cristianos reconocen su carácter central, aunque su manera de dividirlos cambie según la tradición.
Las fuentes bíblicas: Éxodo 20 y Deuteronomio 5
Los Diez Mandamientos aparecen dos veces en la Biblia:
- Éxodo 20:1–17, en el contexto del pacto del Sinaí.
- Deuteronomio 5:6–21, donde Moisés recuerda la Ley al pueblo antes de entrar a la Tierra Prometida.
Ambos textos son casi idénticos, aunque con leves diferencias en las expresiones y en el énfasis.
Por ejemplo:
- En Éxodo, el motivo para guardar el sábado se vincula con la creación (“porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra”).
- En Deuteronomio, se asocia con la liberación de Egipto (“acuérdate que fuiste esclavo en tierra de Egipto”).
Estas variantes ayudaron a las distintas tradiciones a desarrollar sus propios modos de enumerar las “diez palabras”.
La tradición judía: las “Diez Palabras” del pacto
En el judaísmo, la división del Decálogo sigue una lógica teológica más que moral.
El primer mandamiento no es una orden, sino una afirmación de identidad divina:
“Yo soy el Señor tu Dios que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre.” (Éxodo 20:2)
a) La numeración según el Talmud y Filón
Los sabios del Talmud y pensadores como Filón de Alejandría consideraron esta declaración como la primera de las “diez palabras”, porque introduce el fundamento de toda obediencia: reconocer quién es Dios.
El segundo mandamiento agrupa las prohibiciones sobre la idolatría, la fabricación de imágenes y la adoración de falsos dioses.
Así, la numeración judía se estructura así:
- “Yo soy el Señor tu Dios…” — Declaración de identidad divina.
- “No tendrás otros dioses delante de mí; no te harás imagen…”
- “No tomarás el nombre de Dios en vano.”
- “Acuérdate del día de reposo para santificarlo.”
- “Honra a tu padre y a tu madre.”
- “No matarás.”
- “No cometerás adulterio.”
- “No robarás.”
- “No darás falso testimonio.”
- “No codiciarás.”
En esta tradición, la fe comienza con la memoria del rescate de Egipto, no con una prohibición.
El Decálogo es una confesión de fe tanto como una ley moral.
La tradición agustiniana (católica y luterana)
El obispo San Agustín de Hipona (siglo IV-V) fue quien formuló la división adoptada luego por la Iglesia Católica y, siglos más tarde, por los luteranos.
Su método buscaba armonizar la teología del amor a Dios y al prójimo (Mateo 22:37–40) con los diez principios mosaicos.
a) Las claves de su división
Agustín unió el primer mandamiento judío (“Yo soy el Señor tu Dios”) con el segundo (“No tendrás otros dioses…”), viéndolos como una sola unidad de adoración y fidelidad.
Por otro lado, dividió la prohibición de codiciar en dos partes:
- No codiciarás la esposa del prójimo.
- No codiciarás sus bienes.
De este modo, mantuvo el número diez, pero con un énfasis diferente:
la adoración verdadera y la pureza del deseo.
b) La numeración agustiniana
- No tendrás otros dioses delante de mí.
- No tomarás el nombre de Dios en vano.
- Santificarás las fiestas.
- Honra a tu padre y a tu madre.
- No matarás.
- No cometerás adulterio.
- No robarás.
- No darás falso testimonio.
- No codiciarás la mujer de tu prójimo.
- No codiciarás los bienes ajenos.
c) Un enfoque espiritual y pastoral
Para Agustín, los primeros tres mandamientos expresan el amor a Dios; los siete restantes, el amor al prójimo.
Esta división, profundamente teológica, influyó en la catequesis, la liturgia y la enseñanza cristiana por más de 1500 años.
Los católicos aún hoy recitan el Decálogo según esta estructura, que enfatiza la unidad entre adoración y moralidad.
La tradición reformada y ortodoxa oriental
Los reformadores protestantes del siglo XVI, como Calvino y Zwinglio, propusieron una nueva división más cercana al texto hebreo y griego original.
También la Iglesia Ortodoxa Oriental conserva esta forma.
a) La diferencia clave
Estos teólogos consideraron que la frase “No te harás imagen ni te postrarás ante ellas” merecía ser un mandamiento independiente, no parte del primero.
En consecuencia, fusionaron las dos prohibiciones sobre la codicia en una sola.
b) Numeración reformada/ortodoxa
- No tendrás otros dioses delante de mí.
- No te harás imagen ni te inclinarás ante ellas.
- No tomarás el nombre de Dios en vano.
- Acuérdate del día de reposo para santificarlo.
- Honra a tu padre y a tu madre.
- No matarás.
- No cometerás adulterio.
- No robarás.
- No darás falso testimonio.
- No codiciarás.
c) Un énfasis diferente
Esta numeración subraya la trascendencia divina y la prohibición de toda idolatría visual, coherente con el espíritu de la Reforma.
De ahí la crítica protestante al uso de imágenes en el culto católico, al considerarlas una forma de desviar la adoración debida solo a Dios.
Tres sistemas, una misma Ley
A pesar de las diferencias en la división, el contenido esencial del Decálogo no cambia.
Todos coinciden en las mismas diez verdades fundamentales:
la adoración exclusiva de Dios, el respeto por Su nombre, el descanso sagrado, el honor a los padres y la dignidad de la vida, la fidelidad, la integridad y el amor al prójimo.
a) Comparación esquemática
| Mandamientos | Judío | Agustiniano (Católico/Luterano) | Reformado/Ortodoxo |
| 1 | “Yo soy el Señor tu Dios” | No otros dioses | No otros dioses |
| 2 | No idolatría ni imágenes | No tomar el nombre de Dios | No imágenes |
| 3 | No tomar el nombre en vano | Santificar las fiestas | No tomar el nombre en vano |
| 4 | Guardar el sábado | Honrar el sábado | Guardar el sábado |
| 5 | Honra a tu padre y madre | Honrar padres | Honrar padres |
| 6–10 | Idénticos | Idénticos | Idénticos (con variación en “codiciar”) |
La sabiduría detrás de las diferencias
Estas divergencias no son errores, sino reflejos de diversas perspectivas teológicas sobre cómo el ser humano se relaciona con Dios.
- La tradición judía ve los Diez Mandamientos como un acto de alianza entre Dios e Israel: la ley es la respuesta a la liberación.
- La tradición católica y luterana los concibe como una guía espiritual total, donde la adoración y la ética se integran.
- La tradición reformada y ortodoxa los interpreta como una revelación moral universal, destacando la pureza del culto y la obediencia al Creador.
Cada una, en su contexto, busca honrar la misma voz divina que resonó en el Sinaí.
El simbolismo del número diez
En la Biblia, el número diez representa plenitud, totalidad y orden divino.
Desde las diez plagas de Egipto hasta los diez vírgenes de la parábola (Mateo 25), el diez señala completitud y juicio perfecto.
Así, el Decálogo no contiene diez leyes arbitrarias, sino una síntesis completa de la voluntad de Dios para la humanidad.
En esas diez “palabras” están resumidas las relaciones fundamentales:
- Entre el ser humano y Dios.
- Entre el ser humano y su prójimo.
Jesús y el cumplimiento del Decálogo
Cuando Cristo resumió la ley diciendo “Amarás al Señor tu Dios… y a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:37–39), no abolió los mandamientos, sino que los llevó a su plenitud.
El amor no reemplaza la ley, sino que le da sentido.
La ley apodíctica se convierte en ley viva, escrita no en piedra, sino en el corazón (Jeremías 31:33).
Por eso, aunque las tradiciones cristianas numeran diferente el Decálogo, todas lo encuentran cumplido en Cristo, quien encarna la justicia perfecta y la misericordia divina.
El legado espiritual del Decálogo
Más allá de debates teológicos, el Decálogo sigue siendo una brújula moral universal.
En un mundo fragmentado por ideologías y relativismo, las “diez palabras” recuerdan al ser humano que la moralidad no nace del consenso, sino de la revelación.
Cada tradición —judía, católica, ortodoxa o reformada— ofrece una lente distinta para contemplar la misma luz.
Y todas coinciden en lo esencial: Dios habló, y Su Palabra sigue guiando la historia.
El debate sobre la numeración del Decálogo no es una disputa menor; es una invitación a redescubrir la riqueza de la Palabra de Dios.
En la diferencia, se revela la profundidad de la fe.
Las tablas del Sinaí, ya sean leídas desde la sinagoga, la catedral o la iglesia reformada, siguen recordándonos que la ley no es un peso, sino una alianza viva entre el Creador y Su pueblo.Así, las Diez Palabras —contadas de maneras distintas— nos conducen a una misma verdad:
Dios es el centro, Su Palabra es eterna, y Su amor es la raíz de toda justicia.