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Dos Voces en un Solo Texto El Sentido Literal y Espiritual en Tomás de Aquino

octubre 9, 2025
Dos Voces en un Solo Texto El Sentido Literal y Espiritual en Tomás de Aquino

Dos Voces en un Solo Texto El Sentido Literal y Espiritual en Tomás de Aquino

Cuando abrimos la Biblia, no leemos un libro común. Nos encontramos con una obra que tiene dos autores simultáneos: uno humano, que escribió en su contexto histórico, y otro divino, que inspiró cada palabra con una intención eterna. Esta doble autoría ha sido una de las claves de la teología cristiana a lo largo de los siglos.

Uno de los grandes pensadores que profundizó magistralmente en esta relación fue Santo Tomás de Aquino, quien en su monumental obra Summa Theologica explicó cómo en la Escritura coexisten dos niveles de significado: el literal y el espiritual.

Lejos de contradecirse, ambos niveles se complementan. El sentido literal pertenece al autor humano —su lenguaje, sus circunstancias, sus propósitos—, mientras que el sentido espiritual revela la intención divina, un significado más profundo y trascendente que el escritor humano no podía prever, pero que Dios quiso incluir en la historia sagrada.

El contexto: la Biblia como palabra humana y divina

La teología medieval partía de una convicción central: la Sagrada Escritura tiene a Dios como autor principal y al hombre como instrumento.

Esta idea, ya presente en los Padres de la Iglesia, fue desarrollada con precisión filosófica por Tomás de Aquino. Para él, el Espíritu Santo actuó de manera semejante a un músico que toca un instrumento: el ser humano aporta su estilo, su voz, su cultura, pero la melodía final pertenece al Músico divino.

Por eso, decía Tomás, la Biblia es diferente a cualquier otro texto. Ninguna obra humana puede tener al mismo tiempo una intención humana limitada y una intención divina infinita. En la Escritura, ambas convergen sin confundirse.

El resultado es un texto en el que cada palabra puede tener un doble nivel de verdad: una verdad histórica y una verdad espiritual.

El sentido literal: la base de toda interpretación

Tomás de Aquino insistía en que el sentido literal es el fundamento de todos los demás sentidos.

Esto significa que, antes de buscar alegorías o símbolos, el intérprete debe entender lo que el autor humano realmente quiso decir. En palabras de Tomás:

“Todos los sentidos de la Escritura se fundan en el literal, porque solo este pertenece a la intención del autor humano.” (Summa Theologica, I, q.1, a.10)

El sentido literal abarca el significado histórico, cultural y lingüístico del texto. Por ejemplo, cuando el evangelista Lucas describe el nacimiento de Jesús en Belén, no está usando una metáfora espiritual: está relatando un hecho real.

Sin embargo, ese hecho, inspirado por Dios, puede tener un significado espiritual adicional. Pero ese nivel superior nunca debe contradecir el literal.

Así, para Tomás, la exégesis —la interpretación bíblica— debía comenzar con un análisis atento del contexto, del género literario y de la intención original del escritor. Solo a partir de esa base sólida se podía ascender al nivel espiritual.

El sentido espiritual: la voz divina que trasciende al autor humano

Una vez establecido el sentido literal, Tomás introducía la segunda dimensión: el sentido espiritual, que brota directamente de la autoría divina.

Este sentido no contradice al literal, sino que lo eleva y lo cumple. Dios, como autor supremo de la historia, ha dispuesto que los acontecimientos del Antiguo y del Nuevo Testamento no solo narren hechos, sino que signifiquen algo más grande.

Por ejemplo:

  • El éxodo de Israel de Egipto tiene un sentido literal (una liberación histórica), pero también un sentido espiritual: la liberación del pecado a través de Cristo.
  • El sacrificio de Isaac por Abraham narra un hecho concreto, pero espiritualmente prefigura el sacrificio del Hijo de Dios.
  • El Templo de Jerusalén es una construcción real, pero representa la presencia de Dios entre los hombres y, finalmente, el cuerpo mismo de Cristo.

Así, el sentido espiritual convierte la historia en una profecía viva, donde los eventos antiguos apuntan hacia la plenitud revelada en Jesús.

Los tres modos del sentido espiritual

Tomás de Aquino, siguiendo la tradición patrística, distinguió tres modos dentro del sentido espiritual: alegórico, moral y anagógico.

Cada uno revela una dimensión diferente del plan divino.

a) Sentido alegórico

El alegórico muestra cómo los eventos del Antiguo Testamento anticipan realidades del Nuevo. Por ejemplo, el paso del Mar Rojo representa el bautismo; el maná del desierto prefigura la Eucaristía.

Aquí la historia se convierte en un lenguaje profético, donde los símbolos anuncian a Cristo.

b) Sentido moral (o tropológico)

El moral aplica la Escritura a la vida del creyente. Cada relato bíblico contiene una enseñanza práctica para la conducta humana.
Por ejemplo, la fidelidad de José en Egipto enseña la virtud de la pureza y la paciencia.

El sentido moral conecta la Palabra con la transformación del alma: la Escritura no solo informa, sino que forma.

c) Sentido anagógico

El anagógico mira hacia el futuro eterno. Revela el significado celestial de los acontecimientos, elevando la mente hacia las realidades últimas.

Así, Jerusalén no solo es una ciudad histórica, ni solo la Iglesia actual: también prefigura la Jerusalén celestial, el destino final de los redimidos.

Estos tres niveles espirituales —alegórico, moral y anagógico—, junto con el literal, conforman lo que los teólogos medievales llamaron los “cuatro sentidos de la Escritura”.

La unidad del sentido en Cristo

Para Tomás de Aquino, todos los sentidos de la Escritura se unifican en Cristo, la Palabra Encarnada.

Él es el punto de convergencia donde el sentido literal y el espiritual se encuentran. En Él, la historia humana alcanza su plenitud divina.

Esto significa que toda la Biblia —desde el Génesis hasta el Apocalipsis— tiene a Cristo como centro y clave interpretativa.

  • En el Antiguo Testamento, Él está prefigurado.
  • En los Evangelios, Él está presente.
  • En los escritos apostólicos, Él está explicado y glorificado.

Así, la tarea del intérprete no es imponer significados subjetivos, sino descubrir cómo el Espíritu Santo ha entretejido el rostro de Cristo en cada página de la Escritura.

Diferencia entre el autor humano y el Autor divino

Tomás explicaba que el autor humano escribe movido por su inteligencia y su voluntad, pero el Autor divino actúa a través de él, inspirando lo que debe comunicar.

El escritor sagrado, como Moisés, Isaías o Pablo, comprendía el mensaje que transmitía en su propio tiempo, pero no siempre entendía el alcance completo de sus palabras.

Dios, en cambio, conocía desde la eternidad cómo ese texto formaría parte de la revelación progresiva que culminaría en Cristo.

Así, el autor humano es como quien pinta una escena; el Autor divino es quien revela, a través de esa pintura, un paisaje mucho más amplio que el artista mismo no imaginó.

Esta distinción fue crucial para Tomás, porque permitió afirmar que la Escritura tiene profundidades infinitas sin caer en interpretaciones arbitrarias.

Cómo evitó Tomás de Aquino los excesos alegóricos

En la Edad Media, algunos intérpretes tendían a abusar del sentido espiritual, creando lecturas fantasiosas o desconectadas del texto original.

Tomás de Aquino fue cuidadoso en advertir que toda interpretación espiritual debe fundarse en el sentido literal.

Si el sentido espiritual se separa del literal, deja de ser teología y se convierte en imaginación.

Por eso, Tomás combinó la fe con la razón: la exégesis debía respetar el texto y su contexto, pero también reconocer que la historia misma es portadora de una intención divina.

En palabras suyas:

“El sentido espiritual no se da sino cuando lo que las palabras significan también ha sido hecho por Dios para significar algo más.”

Es decir, solo Dios puede dar sentido espiritual a los hechos históricos porque Él es quien los dispone providencialmente.

El papel del Espíritu Santo

Para Tomás, el Espíritu Santo es el intérprete interior de la Escritura.

Él no solo inspiró a los autores, sino que también ilumina al lector para comprender el mensaje.

Sin la acción del Espíritu, la Biblia se queda en la superficie del sentido literal; con Su gracia, el creyente penetra en el misterio espiritual.

Esto significa que la lectura de la Biblia no es un simple ejercicio intelectual, sino una experiencia de comunión con Dios. El estudio riguroso y la oración humilde se complementan.

El teólogo medieval resumía esta idea diciendo que la teología no se hace solo con la mente, sino también con las rodillas: se aprende estudiando y se entiende orando.

Implicaciones para el lector moderno

Hoy, muchos lectores tienden a los extremos: unos se quedan en el nivel puramente literal, reduciendo la Biblia a un libro histórico; otros caen en interpretaciones simbólicas sin base textual.

Tomás de Aquino ofrece un equilibrio magistral:

  • El literal preserva la verdad histórica y el contexto humano.
  • El espiritual revela el propósito eterno de Dios y su aplicación personal.

Ambos sentidos, integrados, permiten una lectura que es fiel y transformadora.

Esto nos invita a acercarnos a la Biblia con una actitud doble: razón y fe, análisis y adoración, estudio y oración.

La belleza del doble sentido: un ejemplo práctico

Consideremos un ejemplo clásico que ilustra ambos niveles de interpretación: el relato del diluvio (Génesis 6–9).

  • En el sentido literal, es la narración histórica de un juicio divino sobre la humanidad y la salvación de Noé mediante el arca.
  • En el sentido espiritual alegórico, el arca representa a Cristo y la Iglesia, el lugar donde los creyentes son salvados del juicio del pecado.
  • En el sentido moral, invita al creyente a vivir en obediencia y pureza, como Noé, “varón justo en su generación”.
  • En el sentido anagógico, apunta hacia la salvación final y la nueva creación, cuando el diluvio del juicio haya pasado y Dios renueve todas las cosas.

De este modo, un mismo texto contiene una verdad histórica y una verdad eterna, ambas queridas por Dios.

Fe y razón: el método tomista

Una de las grandes aportaciones de Tomás fue su capacidad para unir la razón filosófica con la fe revelada.

La interpretación bíblica, decía, debe ser racional, pero nunca racionalista; debe usar la lógica, pero sin pretender limitar el misterio.

El teólogo no busca reducir la fe al intelecto, sino elevar el intelecto hacia la fe. Así, el estudio de la Biblia se convierte en un acto de amor: entender para creer más profundamente.

El pensamiento de Tomás de Aquino sobre los sentidos de la Escritura nos recuerda que la Biblia no es un texto encerrado en su tiempo.

Tiene una voz humana —la de sus autores históricos— y una voz divina —la del Espíritu que habla a todas las generaciones—.

Esa doble voz invita a los creyentes de todos los siglos a entrar en diálogo con Dios:

  • Escuchar la palabra como historia (literal).
  • Vivirla como revelación viva (espiritual).

Cada versículo puede ser una puerta hacia un misterio mayor, y cada historia puede revelar un reflejo del plan eterno de Dios.

Así, al leer la Escritura con la mente de Tomás de Aquino, descubrimos que la Biblia no solo narra la verdad, sino que nos introduce en ella.

La Palabra no envejece; sigue hablando con voz humana y divina, uniendo el cielo y la tierra en una misma página.