
Eiségesis Cuando Hablamos por la Biblia en Lugar de Escucharla
La Biblia es la Palabra viva de Dios, eterna y suficiente para revelar Su carácter, Su voluntad y Su plan redentor para la humanidad. Sin embargo, a lo largo de la historia, los seres humanos hemos tenido una tendencia peligrosa: hacer que el texto diga lo que queremos que diga.
Este fenómeno, conocido como eiségesis, ocurre cuando el lector impone sus propias ideas, intereses o ideologías sobre la Escritura, en lugar de dejar que la Escritura interprete y transforme su pensamiento. A diferencia de la exégesis, que busca descubrir el significado original del texto, la eiségesis se convierte en un acto de distorsión —a veces inconsciente, otras veces intencionado— donde la Biblia deja de ser la voz de Dios para convertirse en un espejo de nuestras propias agendas.
En tiempos recientes, este problema se ha manifestado con especial fuerza en movimientos teológicos que, bajo la bandera de la justicia o la inclusión, reinterpretan los textos bíblicos desde categorías políticas, sociológicas o ideológicas. La teología de la liberación, la hermenéutica feminista radical o las corrientes posmodernas son ejemplos de lecturas que, aunque nacen de preocupaciones legítimas, terminan subordinando el mensaje divino a las ideologías humanas.
¿Qué es la eiségesis?
El término eiségesis proviene del griego eis (“hacia dentro”) y hēgeisthai (“guiar” o “llevar”). Literalmente significa “introducir en el texto”. En otras palabras, es el proceso mediante el cual el intérprete inserta su propio significado dentro del texto bíblico, en lugar de extraerlo.
En contraste, la exégesis (de ex, “fuera de”) consiste en sacar del texto su sentido original, respetando el contexto histórico, literario y teológico. La exégesis busca oír lo que Dios dijo; la eiségesis busca que Dios confirme lo que yo pienso.
La diferencia puede parecer sutil, pero las consecuencias son enormes. Una lectura eiségetica no solo altera el mensaje bíblico, sino que también redefine la autoridad: el intérprete se convierte en juez del texto en lugar de ser juzgado por él.
En este sentido, la eiségesis no es solo un error académico, sino una actitud espiritual: la de poner la mente humana por encima de la revelación divina.
El corazón del problema: imponer una agenda
La eiségesis moderna suele nacer del deseo de adaptar la Biblia a una causa contemporánea. Algunas de esas causas pueden parecer nobles —justicia social, igualdad de género, liberación del oprimido—, pero cuando se interpretan sin someterse al texto, terminan subordinando la Palabra de Dios a intereses humanos.
Por ejemplo, la teología de la liberación, surgida en América Latina durante el siglo XX, intentó leer la Biblia desde la perspectiva de los pobres y oprimidos. Aunque su intención inicial era visibilizar el sufrimiento y promover la compasión, pronto se desvió hacia una lectura política del Evangelio, transformando a Jesús en una figura revolucionaria y a la salvación en una liberación económica o social.
En ese tipo de interpretación, el eje ya no es el pecado y la redención, sino la lucha de clases o la opresión estructural. El Reino de Dios deja de ser una realidad espiritual y eterna para convertirse en una utopía terrenal.
La hermenéutica feminista radical comete un error similar cuando reinterpreta los textos bíblicos para presentar a Dios como una “madre divina” o a Cristo como un “símbolo inclusivo”, descartando el lenguaje revelado en la Escritura.
En ambos casos, el patrón es el mismo: el lector llega al texto con una conclusión preestablecida y busca versículos que respalden su postura. Este método convierte la Biblia en una herramienta ideológica en lugar de una fuente de revelación.
La Biblia no necesita ser “actualizada”, necesita ser obedecida
Uno de los argumentos más comunes de la eiségesis moderna es que la Biblia debe adaptarse a los tiempos. Según esta lógica, los textos antiguos deben reinterpretarse a la luz de los valores contemporáneos.
Pero este argumento ignora una verdad fundamental: la Palabra de Dios no envejece.
Isaías 40:8 declara:
“Sécase la hierba, marchítase la flor; mas la palabra del Dios nuestro permanece para siempre.”
Dios no cambia, y su Palabra tampoco. Lo que cambia es nuestra comprensión de ella y nuestra disposición a obedecerla.
El Evangelio no necesita modernizarse; necesita ser proclamado con fidelidad. Intentar “actualizar” el mensaje bíblico es como intentar reescribir el sol para que brille distinto. Lo único que podemos y debemos hacer es interpretarlo correctamente, para aplicarlo fielmente en nuestro tiempo sin distorsionar su esencia.
Eiségesis y poder: cuando la Biblia se convierte en arma
Uno de los peligros más serios de la eiségesis es que transforma la Biblia en una herramienta de poder.
En lugar de ser una Palabra que libera, se convierte en un discurso que legitima ideologías. En la teología de la liberación, por ejemplo, la Escritura se reinterpreta para justificar la revolución política o el activismo social. En otros casos, se usa para justificar sistemas opresivos, manipulaciones religiosas o causas personales.
Pero la Biblia nunca fue dada para sostener las estructuras humanas de poder. Fue dada para derribarlas, comenzando con el trono del corazón humano.
Cuando Jesús habló del Reino de Dios, no propuso una revolución armada ni una ideología política; propuso la transformación interior del individuo. Su llamado no fue “tomad las armas”, sino “tomad vuestra cruz”.
Por eso, cuando un movimiento —sea religioso o político— intenta usar la Biblia para validar sus agendas, comete una injusticia espiritual: convierte la Palabra viva en propaganda.
Cómo reconocer una lectura eiségetica
Una lectura eiségetica puede disfrazarse de espiritualidad, de teología o incluso de compasión. Pero hay señales claras para identificarla:
- Parte de una conclusión, no de una pregunta.
En lugar de preguntar “¿qué dice Dios aquí?”, se parte de “quiero demostrar que Dios apoya esto”. - Ignora el contexto histórico y literario.
Extrae versículos aislados sin considerar su propósito original. - Centra al ser humano en lugar de a Dios.
Convierte al lector, al pueblo o a una causa en el protagonista del texto. - Redefine términos teológicos.
Cambia conceptos como pecado, gracia, justicia o salvación para ajustarlos a ideologías modernas. - Desconoce la totalidad del canon.
Se enfoca en pasajes convenientes e ignora aquellos que desafían la narrativa deseada. - Apela a la emoción antes que a la verdad.
La validez de la interpretación se mide por cómo “resuena” emocionalmente, no por su fidelidad al texto.
La eiségesis es sutil, pero devastadora. Es como una gota de tinta en agua pura: puede parecer pequeña, pero contamina todo el recipiente.
Exégesis: escuchar en lugar de hablar
La respuesta a la eiségesis es la exégesis, una disciplina espiritual y académica que busca escuchar lo que Dios realmente dijo en Su Palabra.
La exégesis comienza con una actitud de humildad: el reconocimiento de que Dios habla, y nosotros escuchamos. El intérprete no impone significado; lo descubre.
Este proceso implica:
- Estudiar el contexto histórico, cultural y lingüístico del texto.
- Analizar el género literario (poesía, narrativa, profecía, carta, etc.).
- Considerar la unidad del canon bíblico.
- Depender del Espíritu Santo, quien ilumina el entendimiento (Juan 16:13).
En la exégesis, el lector se convierte en discípulo del texto, no en su maestro.
Jesús y los apóstoles: el modelo perfecto de exégesis
Jesús y los apóstoles interpretaron las Escrituras con un profundo respeto por su sentido original y su cumplimiento en Cristo.
Cuando Jesús habló con los discípulos de Emaús (Lucas 24:27), “les explicó lo que de Él decían todas las Escrituras”. No reinterpretó el Antiguo Testamento desde categorías políticas o culturales, sino desde el plan redentor de Dios.
Los apóstoles siguieron ese mismo patrón. Pedro, Pablo y Juan no manipularon los textos antiguos para adaptarlos a su contexto, sino que revelaron su cumplimiento profético.
La verdadera interpretación cristiana no busca usar la Biblia, sino revelar a Cristo en ella.
La tentación moderna: la Biblia al servicio de la agenda
En un mundo fragmentado por ideologías, es fácil caer en la tentación de leer la Biblia para confirmar nuestras posturas.
Los liberales buscan justificar su progresismo.
Los conservadores buscan reforzar su moralismo.
Los nacionalistas buscan validar su patriotismo.
Los activistas buscan legitimar su causa social.
Pero el Evangelio no pertenece a ningún partido ni a ninguna corriente humana. Cristo no es símbolo de derecha ni de izquierda; Él es el Señor del Reino que trasciende todas las ideologías.
El cristiano maduro debe resistir la tentación de “bautizar” sus convicciones con versículos bíblicos. La Palabra no fue dada para respaldar nuestras ideas, sino para transformarlas.
La eiségesis como idolatría intelectual
En su raíz, la eiségesis es una forma de idolatría. No de imágenes de piedra o madera, sino de ideas.
Cuando usamos la Biblia para reforzar nuestras creencias en lugar de confrontarlas, estamos adorando una versión de Dios creada a nuestra imagen.
Este es el pecado que el profeta Jeremías denunció cuando dijo:
“Han cambiado la gloria de Dios por aquello que no aprovecha” (Jeremías 2:11).
La verdadera fe exige renunciar al deseo de tener siempre la razón. Implica reconocer que la Palabra de Dios no siempre confirma nuestros deseos; muchas veces los contradice.
Solo cuando aceptamos ser corregidos por el texto, dejamos de ser sus dueños y nos convertimos en sus siervos.
La humildad como camino hacia la verdad
La exégesis fiel no depende de la erudición, sino de la humildad espiritual.
El apóstol Santiago lo expresó claramente:
“Recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas” (Santiago 1:21).
El intérprete humilde no busca dominar la Escritura, sino ser dominado por ella. No se coloca sobre la Palabra, sino bajo ella.
La verdadera interpretación bíblica ocurre cuando el lector permite que el texto lo lea, lo desnude y lo transforme.
La eiségesis es la tentación de todos los tiempos: querer que la Biblia diga lo que nuestra cultura, ideología o emoción desea oír. Pero la Palabra de Dios no fue escrita para complacer, sino para convencer, corregir y transformar (2 Timoteo 3:16).
En una era donde cada grupo quiere tener “su versión” del Evangelio, el llamado del creyente es volver a la simplicidad del discípulo que escucha para obedecer.
La justicia, la compasión y la libertad no se alcanzan reinterpretando la Biblia, sino viviéndola tal como fue revelada.
Solo cuando dejamos de hablar por el texto y permitimos que el texto hable por sí mismo, la voz de Dios resuena con autoridad y gracia.